14 de marzo de 2005

Ivan Tubau. Comer en español, pero con la carta en catalán



Erase una vez un lugar llamado Cataluña. Algunos escribían siempre Catalunya porque su ignorancia lingüística les hacía creer que el grafema (pura convención) era más importante que el fonema (realidad física audible).
Era una región de la Unión Europea y formaba parte de ella en tanto que comunidad autónoma -al igual que Murcia o el País Vasco- del Estado llamado España. Esos lugareños que escribían siempre Catalunya se autodenominaban nacionalistas porque aquello, decían, era una nación. Y añadían: sin Estado. Cosa infrecuente, pues la realidad jurídico-política llamada Estado suele preceder a la justificación teórica llamada nación. Y no a la inversa: Oklahoma y Nebraska son estados y junto con otros constituyen la Nación -lo escriben con mayúscula- conocida como Estados Unidos de América (EUA, USA según las siglas inglesas o simplemente States).

Por tanto, Cataluña sí tenía Estado: el Estado del cual formaba parte, es decir, España. No obstante, cuando los nacionalistas decían Estado no se referían a Cataluña (cuyo gobierno autonómico, la Generalitat, era allí el Estado), sino que era el témino que elegían para no decir España. A veces, si no había más remedio para que la cosa quedase clara, añadían el adjetivo «español».Con lo cual, dado que Italia o Alemania eran Estados al igual que España, la lógica de ese absurdo habría debido llevar a que en la Copa de Europa de fútbol -pongamos por caso- el Estado español, si ganaba su partido contra el Estado italiano, tuviera que enfrentarse con el Estado alemán, que a su vez había vencido al Estado francés: la Tercera Guerra Europea, afortunadamente con balones en lugar de bayonetas.

Más dramática era la cosa cuando entraban en el asunto las lenguas.El Estado español era un Estado (así de redundante sonaba) plurilingüístico.Los nacionalistas querían hablar en catalán en el parlamento europeo y en el parlamento español, pese a que a la hora de tomar copas tras las sesiones en Estrasburgo todo el mundo hablaba en la koiné llamada inglés y en Madrid en la llamada siempre castellano por los nacionalistas moderados y español por los independentistas extremosos y los científicos de la lengua.

A pesar de que el jugador del Barça Ludovic Giuly lo había dejado claro a su llegada de Francia («Quiero aprender catalán para ser como un verdadero español»), los nacionalistas catalanes no parecían entender que si podían ser catalanes es porque eran españoles, dado que sólo en España se utilizaba el catalán (en Francia e Italia era una reliquia folclórica, más o menos como el gaélico en Irlanda). ¿Cómo mostraban su gratitud hacia España los nacionalistas catalanes? Instaurando la ley del embudo: catalán en Europa y en España, español (lengua materna de dos tercios de los catalanes) proscrito de las escuelas, el parlamento y la vida oficial de Cataluña. Y a los restaurantes que pusieran la carta en español y no en catalán, multa.

Pasaban cosas muy raras en aquellos tiempos en ciertos lugares de Europa.

El Mundo

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